jueves, 9 de diciembre de 2010

En la 115…

Comienza aquí la historia de un hombre.

Cuando llega el momento de una despedida, de dejar todo a otro lado.

Con las maletas hechas me monto en este tren, no un tren cualquiera, sino el tren de la vida.

En la 115, a eso de las 12.00h, sentado, con miedo… tal vez, pero con la ilusión de volver a nacer.

100km, y un mundo de por medio, ¿no hay porqué preocuparse no? ¿Ó si…?.

Miro por la ventana y veo el mundo pasar, la luz está cada vez más cerca.No pasa nada, si siempre soñé con este momento, el momento de sentir ese lugar por dentro, de creerme persona y aprender a vivir.

“Próxima parada Dos Hermanas…” Esto está aquí, me gustará, ¡porqué tantas preguntas! ¿No es esto…? Madre mía.

Conforme pasa el tiempo mi sonrisa se alarga, ya veo la luz, noto como respiro diferente, que esta sangre corre más alegre. Noto que esta si es mi sangre, que mis ojos llorosos están ansiosos ya por conocer y mis dedos rozando ese aire a Dios, reconociendo lo que un día deje aparcado en el conocimiento y en fotografías.

A eso de 15 minutos, todo tan oscuro, se abre las puertas del tren y mi persona sale acompañado de un montón de equipaje.

Mi equipaje cargado, pesado, no cabía todo lo que llevaba conmigo, quizás… me pasé colocando tantas ganas en él, me equivoqué al calcular cuanto amor dispuesto a enamorar tenía que meter. Ese lugar… una mezcla entre el verde, el azul y la piedra antigua.

Verde naturaleza, naranjos, árboles extrayendo toda la sabiduría de esta tierra, y como no difuminándola a cada persona que pasa por su lado. Azul... ay azul... que bonita se ve Sevilla reflejada en tu agua... El Guadalquivir pasa y desprende frescura de lado a lado, desbordando dulzura. Y ese cielo tan azul... vaya cielo. Pero no queda todo ahí, porque que sería la Giralda sin ese color amarillo desgastado, sin ese pilar que sostiene el día a día del sevillano, de esa sonrisa que saca quien la mira pensando: "Esto no tiene nombre", o esa plaza España abanderada y romántica llena de barcas y corazones forjados para siempre...

Enfermo por pensar en Sevilla y elogiarla, puede ser, lo que también sé es que un enfermo se enamoró de ella, que un día llegó y jamás se quiso marchar… y que a día de hoy es el enfermo más feliz del universo.

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